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sábado, 7 de diciembre de 2024

MEMORIAS DE UN NEUROCLIENTE: CONVERSACIONES CON GRIMA

Otra vez en aquel lugar, cómodamente sentado en el oscuro sillón mirando las paredes beis y los cuadros de Van Gogh, mirando el vacío, se sentía un tanto incómodo en el ambiente esterilizado que se respiraba en la sala de espera de la consulta del doctor Enrique Maestre. Finalmente había acabado allí, ese sitio al que acudían los desesperados, aquellos que necesitaban de un gurú mental que les guiara por el camino de la autorrealización y la paz interior. Ésta era su tercera consulta. Pensaba que, si viviera en la España católica y cristiana de hace años, quizás no estaría ahí sentado, sino en la Iglesia buscando a un cura para desahogar sus pensamientos impuros, asumir la penitencia y deshacerse de ese nudo en el pecho que tenía. Pero eso ya no se destilaba en la sociedad moderna, además él no era creyente. Ahora había que pagar a un profesional privado de renombre. Hace unos quince años una amiga suya había viajado a Estados Unidos con una beca del instituto, recordaba como le contaba entusiasmada que en ese gigante país casi todos los miembros de las familias de clase media tenían un coche por persona, cosa impensable por aquellos tiempos en España, pero que además era muy común tener también un psicólogo o psiquiatra particular. Meditó sobre si nos estaríamos encaminando hacia el mismo sino. La derivación mental fue interrumpida por la secretaria que apareció con unos modales exquisitos para pedirle que pasara al despacho del doctor Maestre.

 
Se levantó y miró de reojo al resto de pacientes que esperaban -¿Por eso se nos llama pacientes?- pensó para sus adentros. Entró en el elegante despacho, donde pudo visualizar al psiquiatra detrás de la imponente mesa atestada de papeles ordenados, un teléfono, un ordenador portátil y alguna que otra fotografía familiar. Él hablaba por el teléfono con alguien cercano, un familiar o amigo. Mientras, Sergio tomó asiento y distraído echó un vistazo a la habitación. Las paredes llenas de diplomas, dibujos científicos del cerebro y el cuerpo humano, estanterías repletas de gruesos libros y archivadores, al fondo una ventana que daba a la calle. El psiquiatra colgó el teléfono y recibió a su nuevo interceptor con un apretón de manos.
-¿Cómo estás Sergio?- Infirió.
-Bien, tirando.
-Bueno cuéntame ¿Qué tal ha ido esta semana?.
-Pues nada -estaba nervioso, no sabía por donde empezar- en definitiva la misma sensación de vacío interior y una falta de sentido con casi todo con lo que me relaciono y hago. Esto me sigue impidiendo concentrarme en tareas rutinarias, conciliar el sueño, establecer relaciones sociales con normalidad, tener un trabajo fijo, etcétera.
-Bueno y ¿Porqué sientes esa sensación, cuál crees que es la causa?
-Porque pienso que la mayoría de las cosas están podridas.
-¿Cómo por ejemplo?
-Pues, esto mismo, es decir, usted, este despacho el hecho de que tenga que pagar un psiquiatra para ser feliz.
-A ver, vayamos por parte. El servicio que yo te ofrezco es porque tu lo has solicitado, mi trabajo es enseñarte algunas pautas básicas para no caer en un pesimismo absolutista y por lo tanto en la infelicidad constante. A mirar el vaso medio lleno y a no flagelarse por todo el mal y la injusticias de este mundo. Que como ya sabes, siempre han existido y siempre existirán. La cuestión es donde acentúo yo en mi análisis para sentirme de una manera o de otra. Es decir, primero sucede un acontecimiento, vemos algo o nos pasa algún suceso que nos afecta, después lo canalizo por el tamiz de la mente y por último me siento de una manera u de otra. Yo te voy a enseñar a visualizar tus mecanismos del raciocinio y a cambiar esa deducción que por lo que interpreto de las dos sesiones que llevamos y la información que tengo por el test que realizaste, tiendes a dar por verídicas ciertas deducciones que se sustentan en hipótesis y que suelen acabar en un planteamiento nihilista y esto deriva en tu autodestrucción emocional además de caer en una cierta inercia a la obsesividad.
-Sí, ya, ya, conozco toda esa parafernalia de los libros de autoayuda- estaba un poco inquieto, intuía lo que iba a suceder, en el fondo le decepcionaba comprobar que aquello era la misma mierda-.
-¿Cómo qué toda esa parafernalia de los libros de autoayuda?
-En la explicación que usted me ha dado cualquier conflicto lo eleva automáticamente a la condición de lo mental para poder achacarlo como un problema privado. Según interpreto de lo que me está contando, es en el terreno personal únicamente donde se responsabiliza mi sentimiento de malestar. En donde el individuo, el yo, es la forma de realidad por excelencia y se eliminan las circunstancias. A eso me refería con lo de la parafernalia que predican los libros de autoayuda.
-Eso no es del todo así, creo Sergio que ha interpretado mal mis palabras. Si estás aquí es porque tienes un problema contigo mismo.
-Quizás, pero creo que no voy a solucionar nada engañándome.
-¿Cómo que engañándose?¿Qué me estás llamando estafador?-el doctor empezaba a subir el tono-.
-Con la panacea que acaba de soltarme, sus deducciones de cual es mi problema y cual es el método para solucionarlo, creo que está simplificando en el individuo y la medicación, pienso que esto es un placebo cuya finalidad es aprender a soportar la aterradora soledad producida por nuestra cultura. Ya sé que el consuelo hace que mucha gente se sienta mejor, ellos creen que han sido cuidados, reconfortados y sobre todo escuchados. Y eso ayuda en una sociedad fría. Pero realmente usted me está condicionando para culparme a mí mismo por sentir este vacío y yo creo que hay más factores en juego.
-¿Sergio realmente crees que en eso consiste mi trabajo?- intentaba controlarse-.
-En escuchar y aplicar un bálsamo. La mayor parte del tiempo una persona habla y la otra escucha. El cliente siempre habla de sí mismo y el terapeuta casi nunca lo hace y cuando lo hace es para aplicar formulas precocinadas aplicables a todos los casos particulares. Supuestamente usted está libre de prejuicios, es decir, en un pequeño periodo de tiempo me conoce y sabe como solucionar mi problema pero realmente elude escrupulosamente cualquier contacto social conmigo, con su cliente, lo que me recuerda que no ha estado hablando con un amigo y que por lo tanto no me conoce tan bien como para saber cuales son todos los factores que producen "el problema" -hizo las comillas con los dedos- y cuales sus posibles soluciones.
-¿Quieres que te suba la medicación?
-¿De eso se trata?¿Si estoy bien me bajas la medicación, y si estoy mal me la subes?

-Si piensas todo eso ¿Entonces para qué estás aquí si ya vienes con la disposición de no mejorar?
-No sé, dígamelo usted que es el profesional ¿Qué formula me aplicaría para dejarme ayudar? En este mismo despacho se adoctrina al cliente, en este caso a mí, para que adopte su mismo discurso, su mismo pensamiento y sus mismos prejuicios.
-Eso no es del todo cierto, pero si fuera así, ¿Qué tendría de malo si esto te ayudara?
-Pues que un entrenamiento tan exhaustivo de la sensibilidad interior finalmente se convertiría en una gran insensibilidad hacia la mayor parte de la realidad. En definitiva, lo que usted pretende es cambiar mi personalidad, evitando toda reflexión sobre los efectos de la sociedad caníbal en la que vivimos y el efecto que ésta tiene sobre nuestras vidas y nuestras conciencias. El truco de la simple introspección, se analizan los acontecimientos de la vida sin hacer referencia al contexto.
-Entonces me estás diciendo que uno no puede cambiar.
-Creo que esa no es la cuestión, la cuestión es si podemos obligar a cambiar al mundo que refuerza nuestra incapacidad para cambiar. Y estoy empezando a creer que es un grave error delegar en expertos para que interpreten y evalúen nuestra vida interior y puedan aplicarnos sus terapias.
Hubo un silencio, la cara de Enrique estaba desencajada, no sabía si echarlo de la consulta o seguir manteniendo esa absurda conversación, nunca había tenido un paciente con esas características. En cierto modo tenía curiosidad por lo que Sergio decía, de repente sintió inseguridad. Sergio parecía cansado pero satisfecho después de la bandada de ideas que le habitaban dentro y que logró expulsar. Se hizo un silencio.

-¿Porqué si tengo un problema laboral en vez de solucionarlo en el sindicato de forma colectiva vamos al psiquiatra para gestionarlo de forma individual?

-No sé dímelo tú Sergio.

Sergio cambio de tercio: -¿Usted cree en Dios? -preguntó Sergio. 
-Sí
-Entonces ¿Qué tipo de enfermedad mental le diagnosticaría a Jesús si usted hubiera existido en aquella época?

Por último expresó.
-La mayoría de las personas se limitan a contarse a sí misma la historia de quienes son y yo creo que usted se engaña y enseña a engañarse a los demás, no obstante, quizás eso pueda ayudarle a otro, a mí no, existen ciertas certezas, están ahí y ni usted ni nadie pueden ocultarlas. Ya le digo que cada uno es la historia que se va contando y yo no veo más que personas que se mienten a sí mismas y que engañan al resto. Creo que ya no necesito de sus servicios.
-Pero...
Se levantó del asiento, dejó al doctor con la palabra en la boca y salió del piso del psiquiatra sin pagar. Ya en la calle se sintió más libre, no había tenido un momento de lucidez como ese desde hacía mucho tiempo. Ahora tenía que empezar de cero, no sabía muy bien por donde pero sentía las ganas y la fuerza para ello. Fue consciente de que su pesimismo era fruto de la claridad para intuir ciertas realidades, pero que de su esfuerzo tenía que bullir el optimismo para afrontarlas.


Roberto Ferrer

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